¿Qué fue de nosotras?
Hace 10 años, miles de jóvenes salíamos a las calles un 7 de
abril en lo que fue preludio y condición de posibilidad del 15M. Un 15M que
empezó a cambiarlo todo para dejarlo más o menos como estaba, un 15M que fue el
inicio del fin del bipartidismo y que fue el punto de partida de tantos
movimientos sociales que hoy cuentan con grandes victorias y otras derrotas a
sus espaldas.
Aquel
7 de abril con el lema “Juventud Sin Futuro: sin casa, sin curro, sin pensión,
sin miedo” salíamos a la calle a defender que la salida de la crisis no podía continuar
siendo a costa de recortes en servicios públicos y medidas antisociales.
Empezábamos a sufrir la subida de tasas en la universidad: Plan Bolonia,
Estrategia Universidad 2015 (tasas ahora desbocadas); nos veíamos sin
expectativas laborales; y nos dábamos cuenta de que, indudablemente, y por
primera vez, íbamos a vivir peor que nuestros padres y madres.

Por ello, hicimos de las asambleas nuestro mejor plan del fin de semana, luchábamos porque estábamos en contra de las medidas antisociales emprendidas por el Gobierno de Zapatero siguiendo las instrucciones de la UE, el Banco Central Europeo y el FMI. Fueron los años de la reforma del sistema de pensiones (PSOE, 2011) y de la reforma laboral del PP (2012). Fueron también los años de las primeras movilizaciones en que la difusión en redes comenzó a jugar un papel esencial: twitter, facebook, youtube… pero que sin embargo, y aunque parezca increíble ¡Aún no teníamos smartphones!
Desde ese 7 de abril las cosas han cambiado mucho y nada. Cambiaron porque aquello fue en cierto modo el germen de un cambio en la cultura política del país. Se produce una politización importante de parte de la sociedad, y se cuestionan aspectos del sistema político y del pacto constitucional del 78 que hasta entonces habían sido intocables por el “mito de la transición”. Cambió el sistema de partidos, irrumpieron nuevos, y lo que es más interesante candidaturas de unidad popular en miles de ayuntamientos de toda España que cosecharon grandes victorias. También, el neoliberalismo siguió avanzando, las condiciones materiales de la juventud no mejoraron, y hoy nos encontramos que no terminamos de salir de una crisis para meternos en otras, con auge de la extrema derecha y pandemia mundial incluida.

Haciendo un recorrido a través de mis amigos y amigas de facultad me doy cuenta de que el discurso que teníamos entonces sigue completamente vigente. Existe un gran número de personas que jamás han podido dedicarse a lo que estudiaron, subsisten con trabajos precarios, aún viven en casa de sus padres y madres y se ven sin expectativas ni trayectoria vital definida. En el otro lado estamos las afortunadas que nos dedicamos a lo que nos gusta, que además, y en cierta medida, tiene que ver con lo que estudiamos, pero que no nos permite llegar a ser ni mileuristas.
Navegamos en una situación paradójica, pues siendo cierto que, por lo general, somos una generación más abierta al cambio, flexible y dinámica que las anteriores, tenemos aspiraciones de estabilidad laboral y vital que queremos y tenemos derecho a alcanzar.
El discurso de libertad económica desregulada reviste al mercado laboral de un tono meritocrático falaz, y más relacionado con cuestiones de clase que con el hipotético talento. Términos como “job sharing”, o “workation” encubren la precariedad de un sistema que nos hace creer que si no tenemos trabajo es porque no somos los mejores.
Un reciente análisis de Workforall (Equipo de Investigación Multidisciplinar de la Universidad de Oviedo) detectaba en 2019 que las y los jóvenes con mayor nivel de formación son quienes viven su presente y futuro con mayor angustia; ya que a pesar de la lógica meritocrática, el contraste con los datos demostraba que la consecución del “éxito” guarda más relación con el código postal que con el currículum.
Otro estudio de Fundación La Caixa realizado más recientemente, señalaba que con la reforma laboral iniciada en el 2012 se consolidó un modelo de empleo juvenil precario, que sitúa a la juventud en un punto de mayor vulnerabilidad ante la crisis derivada de la covid-19. La mayor temporalidad, menor duración en los contratos y una tasa de paro alarmante empujan a ello.
El estudio también señala que la formación superior es uno de los elementos clave para mejorar la situación profesional de la juventud e incrementar sus retribuciones. Sin embargo, en el 2018, los salarios del 50% de los titulados universitarios con empleo no llegaban a ser ni de mileurista. En tercer lugar, la investigación analiza las desigualdades de género y muestra que las mujeres menores de 30 años, a pesar de su mayor participación en la formación superior, continúan ocupando puestos de trabajo peor remunerados y con mayor tasa de temporalidad, lo que perpetúa las desigualdades de género y la brecha salarial.
Luego está black mirror, ¿Qué futuro?
Sin poder extenderme en el tema, y aunque parecen obvios los avances que la utilización de la robótica, la inteligencia artificial etc., suponen y supondrán cada vez más; surgen riesgos respecto a la destrucción de empleo, la dignidad humana, y el modelo de sociedad en el que queremos vivir.
La recepción de los nuevos fondos europeos Next Generation vendrá cargada de condiciones que si bien dicen apuntalar hacia la modernización y digitalización de la UE, van a suponer probablemente más concentración empresarial, pérdida de empleos y destrucción del tejido productivo mayoritariamente pequeño (pues no todos se podrán adaptar). Los recursos para la innovación también son finitos, como el resto del planeta, habrá trabajos que dejarán de existir, el cambio climático avanzará, y deberemos tener cuidado para que a nuestros mayores no les acabe cuidando una maquina en vez de un ser humano.
Termino señalando que si algo ha demostrado la Covid19, es la necesidad del contacto humano, de las redes de apoyo y solidaridad entre personas, de una fuerte sanidad pública, y de la necesidad de estabilidad como una cualidad esencial de las personas. Entendiendo la estabilidad, como necesidad de anclajes sociales, de encontrar el hueco de cada uno y cada una en la sociedad, y de la importancia del empleo, también el juvenil, para poder desarrollar nuestros proyectos vitales.
Artículo de opinión.
Por: Sara Díaz Chapado.
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