- Mamá, mamá… ¿Por qué "Somos Agua"?
La miró con una sonrisa en los labios. Lucía siempre había sido una niña inquieta y preguntona. La famosa frase del “¿por qué?” para ella era una forma de vida, no algo temporal. Todo le llamaba la atención, todo hacía que su pequeña cabecita empezara a dar vueltas y más vueltas. El mundo era una incógnita y ella quería encontrar todas las respuestas que existieran… A veces, incluso, las que no existían.
En esos momentos señalaba la camiseta de tirantes negra que su madre había dejado encima de la silla para dejarla preparada para el día siguiente. En la camiseta se veía la palabra que Lucía había dicho y un dibujo de un laberinto.
Sonrió y se agachó al lado de su hija. Lucía corrió a sentarse a su lado, acostumbrada a estar pegadita a ella mientras hablaban de todas las cosas que a ella le parecían importantes… Que eran todas o casi todas. A veces lo importante no era el tema de conversación, si no esos momentos unidas y juntas que se hacían eternos.
- ¿Y tú por qué crees que es? - le devolvió la pregunta su madre.
Lucía puso su gesto de pensar. Su madre aguantó la risa. Parecía tan concentrada siempre en esos momentos… Rebuscando en su mente un motivo, una razón, una idea que la llevara a descubrir por sí sola el secreto que su madre quería contarle.
- En el cole, - comenzó tras unos segundos en silencio, - dicen que somos un 70% de agua…
- Es cierto lo que dicen los profes… El cuerpo humano contiene mucha agua en su interior… Fluye por nosotros… Desde la punta de los pies - le agarró por la uña del dedo gordo de su pie - sube por las piernas, la tripita…- mientras avanzaba iba haciéndole cosquillas a las que Lucía respondía con unas enormes y exageradas carcajadas, - hasta esta preciosa y maravillosa cabecita que tienes.
Cuando terminó, le dio un suave y dulce beso en la frente y esperó a que Lucía dejara de reírse. Algo difícil porque era una niña con muchas, muchas cosquillas…
- Entonces… - volvió Lucía con el tema, decidida a saber por qué su madre llevaba una camiseta con ese nombre - ¿es por eso?
- No exactamente… Aunque algo tiene que ver… ¿Tú sabes cómo se llama el barrio en el que estamos?
- Sí, - respondió orgullosa Lucía, - Moratalaz.
- Muy bien… Te voy a contar algo de su historia:
» La palabra Moratalaz viene de Morat Alfaz. Un nombre árabe muy bonito que significa "campo sembrado". ¿Y qué se necesita para tener un campo sembrado?
- ¡¡Agua!!
- Exacto… Por Moratalaz discurrían numerosos arroyos… Y por eso muchas de nuestras calles llevan el nombre de estos; como Arroyo de las Pilillas, Arroyo Fontarrón, Entre Arroyos…
- Entonces, ¿Somos Agua por eso: porque es parte de nuestro barrio?
- No solo por eso… ¿Sabes cuál es una de las actividades preferidas de la asociación?
- ¡¡Bailar!!
- Sí… Y la danza, como el agua, fluye… Es símbolo de movimiento, de cambio, de adaptarse al cambio… El agua es símbolo de vida. Sin ella no existiríamos. De ella venimos, corre por nuestro cuerpo… ¿y sabes una cosa más?
Lucía asintió con la cabeza. Con la mirada puesta en su madre y absorbiendo cada una de sus palabras para grabarlas en su memoria.
- ¿Sabes esos momentos en los que todo te sale bien, cuando has estado practicando algo y por fin es como a ti te gusta?
Volvió a asentir sin decir nada.
- Cuando se baila salsa y todo sale muy bien… ¿Sabes qué dicen los bailarines cubanos?
- ¡¡Agua!!
Las dos se rieron por la efusividad con que lo había dicho. Esta vez fue su madre la que asintió con una sonrisa. Se quedaron en silencio unos segundos. Lucía pensando en todo lo que su madre le había dicho. Su madre esperando a la siguiente pregunta que no tardó en llegar.
- Mamá, yo sé porque también somos agua. - le dijo toda seria.
- Sí, ¿por qué?
- Vosotros sois una asociación cultural, ¿verdad?
- Exacto.
- Pues eso… el agua y la cultura son iguales, no podemos vivir sin ninguna de las dos. Una alimenta el cuerpo y la otra el alma.
Su madre la abrazó con fuerza. No había respuesta mejor. Se levantó lentamente dando por terminada la conversación. Lucía tardó unos instantes más… Volvió a mirar la camiseta, la señaló y volvió a la carga.
- Mamá, ¿y el laberinto?
- Esa, mi niña… Es otra historia.
Por:
Marta Sebastián
Escritora y colaboradora de la Asociación Cultural Somos Agua.
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