A lo largo de mi formación de
máster en Análisis Político he estudiado, como es lógico, a diversos y
prestigiosos autores/as de la Ciencia Política (más autores que autoras, todo
sea dicho). Sartori, Schumpeter, Robert Dahl, Linz… son nombres que nos suenan
a cualquier politólogo/a, o que al menos deberían sonarnos. El debate sobre la
democracia, sobre la ciencia política, sobre las relaciones de poder, es un
debate sin duda reabierto en la sociedad en los últimos años. Es natural pensar
que mi formación debería otorgarme cierta claridad sobre estos temas. Sin
embargo, ¿acaso he/hemos aprendido qué es la democracia en la universidad?
Actualmente la coyuntura de las
elecciones europeas de mayo, el debate sobre modelo de estado que se está
produciendo en Cataluña pero que va mucho más allá, la reflexión sobre la
democracia formal y sus límites que reabrió el 15M, hace que vivamos en un
momento político excepcional, en el que se cuestionan las reglas de juego
establecidas en nuestro país desde la Transición. Para muestra un botón, el
pasado 22 de Marzo alrededor de un millón de personas marchamos por las calles
de Madrid reclamando una sola cosa: Dignidad.
Los citados autores modernos de
la Ciencia Política me han facilitado unos apuntes muy claros y de diversos
colores sobre estos temas. Sé qué es la “accountability” (queda mucho más profesional
decirlo en inglés), sé diferenciar entre un régimen autoritario y otro
totalitario (gracias a nuestro amigo Linz, que estableció que oye, el
franquismo no era tan malo después de todo), e incluso sé que mucha democracia
genera inestabilidad, y eso es malo para las sociedades. Nunca me hablaron en
las aulas de poder popular (sí fuera de ellas), nunca nos contaron la
diferencia entre gobierno y poder, y en definitiva nunca nos explicaron que la
democracia no puede ser un método, que no es un instrumento para organizar las
sociedades, sino que es o debería ser un fin en sí misma.
Democracia significa poder del pueblo, de la mayoría; y no hay que haber
ido a ninguna universidad para constatar que no es lo que tenemos ni en España
ni en la idolatrada UE. No sólo porque no tengamos los procedimientos adecuados
(mayor participación, rendición de cuentas, cumplimiento de los programas
electorales, referéndum vinculante, cargos públicos revocatorios…) sino sobre
todo por la necesidad de entender que democracia no es una técnica para
gobernarnos, sino la necesidad de que el pueblo se auto-otorgue el poder que le
pertenece y que le ha sido sustraído. Eso quisimos demostrar el pasado 22 de Marzo,
y lo conseguimos.
Las elecciones europeas tienen
importancia en la medida de que nos sirvan para recuperar soberanía y
arrebatársela a las instituciones europeas antidemocráticas y los organismos
internacionales y mercados financieros donde reside el poder. De igual forma
que el debate reabierto por Cataluña tendrá sentido si somos capaces de darnos
cuenta que la clave no está en Artur Más ni en Mariano Rajoy (ambos con intereses
muy similares), sino en si aprovechamos la coyuntura política para
replantearnos todas las reglas del juego, para abrir un proceso constituyente
que termine con el régimen bipartidista y corrupto que tenemos en la
actualidad. Derecho a decidir sí, pero sobre todas las cuestiones.
La Ciencia Política que
mayoritariamente nos enseñan es ciencia (entendida como un conjunto de
conocimientos estructurados sistemáticamente que busca establecer, a partir de
la observación, principios generales acerca del funcionamiento de las
sociedades), sin embargo no es política, pues no nos habla con sinceridad de
esas relaciones de poder. Distinguimos sistemas políticos, definiciones de
democracia tenemos para aburrir, pero no profundizamos en el concepto y en lo
que como sociedad puede hacer qué cambiemos el rumbo de la historia.
La objetividad en las ciencias
sociales no existe, lo único que podemos hacer es ser honestos con nosotras
mismas y contar aquello que, objetivamente, creemos que es verdad.
Distinguir entre gobernanza y
gobernabilidad puede ser interesante, pero no es la verdad que yo quiero
contar. Lo que quiero poner sobre la mesa es que el problema no es que tengamos
malos representantes (que también), sino que sólo son marionetas obedientes al
chantaje sistemático de quien realmente manda en nuestro país y en el mundo
entero: el poder económico.
Los recientes acontecimientos
sucedidos en la frontera de Ceuta con Marruecos no son sino otra prueba de la
falta de democracia que padece Europa. A través de estos poderes económicos
controlamos a los países del Sur y les condenamos a la más absoluta de las
miserias: hambre, pobreza, guerras… La UE es responsable directa de estas
muertes que se producen día a día en la mitad del mundo, a través de la venta
de armamento a dictadores de turno, o el saqueo de los productos naturales y
recursos energéticos de estos países a través de las multinacionales occidentales,
por poner solo algunos ejemplos. Pero además cuando estas personas
finalmente llegan a nuestras fronteras no tenemos pudor en matarlas a balazos,
con cuchillas en las verjas o encarcelándolas en centros de internamiento de
extranjeros. Si la UE fuera democrática no se violarían día tras día los
derechos humanos.
Quizá las personas que vivimos en
estas sociedades tengamos algo que decir en todo esto, quizás lo primero sea
darnos cuenta de que todos estos crímenes no son pequeños problemas que podamos
arreglar con políticas más amables, sino que es la estructura misma del sistema
la que tenemos que destituir definitivamente para comenzar a constituir entre
todas algo nuevo, algo verdaderamente democrático, algo más político y menos “científico”.
No es una cuestión de forma sino de fondo.
Hoy, más que nunca: lo llaman democracia y no lo es.
#Vamos22M
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